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domingo, 23 de febrero de 2020

Entre lágrimas






Un veintiún de febrero
volví a tus moradas,
demasiado tiempo separado,
de mi enamorá Sierra Nevada.

La nieve impuso sus reglas,
a escasos kilómetros de El Veleta,
plantado y frustrado,
volví impotente sobre mis andadas.

Luego entendí,
qué por la temperatura y las fechas,
y con lo justo en los pies,
incluso llegué demasiado alto,
no consciente de ello proseguí agriado hacia abajo.

A pocos metros de La Hoya de la Mora,
dudé en verla y dudé en pararme,
pero un murmullo a mis espaldas,
me obligó frenarme.

“¡Buen amigo! Una foto de mí tienes que sacarme”.
Era la eterna protectora de Sierra Nevada,
era La Virgen de las Nieves,
que deseaba retratarse.

Yo no sé echar fotos señora Virgen y no me gustan demasiado.
Contesté sensiblemente anonadado.
“No importa buena gente. Ese no es mi objetivo.
No deseo que me saques ni guapa ni esbelta.
Tan sólo quiero que enmarques la base de mi santuario”.

“¿No te has dado cuenta de que no estoy rodeada de nieve,
y todavía no hemos llegado a marzo?”
Sí Virgencita de la Sierra,
A más de dos mil quinientos metros de altura,
Y ni una gota de tu blanco manto.

¿Y qué quieres que haga con la foto Virgen de las Nieves?
Si yo no creo en dioses ni en diosas,
solamente creo en el Sol, la Luna,
 y las constelaciones y estrellas del espacio.

“Eso tampoco importa hijo mío.
Lo que importa es la voluntad,
tu énfasis para mostrar al mundo el cómo está la Sierra,
qué un parque nacional de nuestra hermosa Tierra,
en pleno invierno no está del todo blanco”.

“Lo que sí te pido es que extiendas nuestro encuentro,
para alertar a las almas mundanas,
qué estamos destruyendo nuestro hogar,
ahogando la biodiversidad del planeta,
logrando una insospechada crisis humanitaria”.

“Y que esta noticia surque los cielos,
de los cinco continentes,
qué el calentamiento de nuestra Madre Tierra es inminente,
a la espera de que caiga en alguna mano poderosa,
qué ponga remedio a estos deshielos,
por el bien de sus hijos, por la buenaventura de nuestros nietos”.

Le asentí con la cabeza,
honesto y compasivo,
que eso mismo haría,
con la charla que habíamos tenido.

Y ni nos despedimos…

Yo seguí cuesta abajo cabizbajo y aturdido,
los ojos sensiblemente aguados,
echando a correr con mis cinco sentidos,
y con algo que decir al resto del mundo,
de lo que me había acontecido.

Tras de mi seguía escuchando ese bisbiseo,
qué no eran soplos de la Sierra,
ni vientos del norte ni vientos del oeste que hieren,
sino qué era el sonido de la Virgen,
eran los sollozos de La Virgen de las Nieves.


José Ángel Castro Nogales
Sierra Nevada, Granada, España
23/02/20


miércoles, 19 de febrero de 2020

A tus pies






Tus pies tu bandera,
tus pies tu baluarte,
tus pies tus cimientos,
tus pies un don aparte.

Los grandes olvidados del cuerpo,
venerados por pocos,
ignorados por muchos,
se echan en falta cuándo se necesitan,
ya sea por ausencia o cuándo fatigan.

Nuestro primer contacto con el suelo,
al descender de los árboles,
nos permitieron cazar y no ser cazados,
forjándose lentamente tras miles de años,
para llevarnos a tierras distantes.

Cuídalos bien y mímalos,
pues son los pilares de tu cuerpo,
tu sustento cuando estás de pie,
qué te permiten el movimiento,
qué te dejan echar a correr.

Anda por el parque,
recorre los cerros,
salta árboles y ríos,
exigiéndoles con templanza,
y tus pies responderán con poderío.

Y al despojarlos de tu calzado,
tus pies se sentirán saltarines,
alegres, saludables y fuertes,
que llenarán de libertad y júbilo tu alma,
para definir con regocijo lo que sientes.

Más de siete mil terminaciones nerviosas los pueblan,
para dar información a nuestro cerebro,
de todos los órganos que ostentamos,
en el hogar de nuestro cuerpo.

Y nos obcecamos en seguir oprimiéndolos,
apretujados en calzados imposibles,
sin príncipes ni cenicientas,
retorcerás huesos, músculos, tendones y articulaciones,
para acabar luciendo sofisticados dolores.

¡Oh lindos pies!
A tus pies les canto,
qué son excelentes piezas de ingeniería,
cómo decía el gran Leonardo Da Vinci,
tanto si te duermen la noche,
como si te andan el día.


José Ángel Castro Nogales
19/02/20


martes, 11 de febrero de 2020

Sierra de Loja-La Sierra Bruja







Te miro y no te veo,
no te veo pero te intuyo,
perspicaz e inquieta,
fingida entre la densa bruma,
escondida tras la espesa niebla.

Porqué sé que estás ahí,
plantada en algún lugar de ese espacio,
pues escucho el vocerío de tus gritos,
qué me claman una y otra vez hacia tu regazo.

Te vi y no me enamoré,
por las arrugas de tus laderas,
por los hocicudos de tus arroyos,
por tus recovecos tan lampiños,
por lo laberíntico de tus veredas.

Y me insistías de nuevo…

Y hubo una segunda vez,
irradiado en la distancia,
por tu ya familiar calima,
recordando el arcano lenguaje de tus céfiros,
comprendiendo las brisas de tu dicha.

Y me volviste a insistir…

Y a la tercera vez caí en tu trampa,
¡Tú Sierra Bruja!
Cayendo en el pozo de tu conjuro,
mientras perseverantemente me insistías,
acabando en víctima de propia mi osadía.

Y escuchaba y re escuchaba,
el griterío de mi nombre,
sin desidia ni resentimientos,
a lo largo de tus puntos cardinales,
cabalgando a los lomos de tus vientos.

Desde lo alto de la Cruz de Periquete,
a las claras aguas del Charco del Negro,
atravesando con ímpetu la Cueva Horá,
vigorizadas vocecillas entre los lapiaces de Sierra Gorda,
para ser lanzadas de nuevo al Cerro de la Mina,
y bordear gentiles la Sierra Blanquilla.

Y a pesar de tus embustes,
pues sé que camuflas un mar de agua en tus entrañas,
noble te veo, tú Sierra pilla,
ofreciendo a tus criaturas,
abundantes charcos de agua,
con oasis de pinos que cobijan del frío y de la solana.

Y ahora soy yo quién te busca a ti…

Hechizado por tu idioma espino,
prisionero del magnetismo de tus calizas,
cautivado por tus incontables historias jurásicas,
que ven pasar el tiempo despacio y sin prisas.


José Ángel Castro Nogales
Sierra de Loja, Loja, Granada
11/02/20

martes, 4 de febrero de 2020

Sierra Nevada desde Villanueva Mesía



Mi estimada Sierra,
mi querida montaña,
en lontananza te veo
con un largo manto blanco a la espalda.

Tanta gana tengo de sentirte,
de olerte,
de trotarte,
de tentarte,
¡Oh Sierra mía!

Mas se me eriza el vello,
se me encartonan las manos,
se me solidifican los pies,
viéndote arropada de tu recio abrigo blanco de invierno,
de la cabeza a los pies.


¡Ay Sierra!
Esperando a que te desnudes,
de tus blancos atuendos,
para encarnarme de nuevo contigo,  
con las criaturillas de tus piernas,
con las florecillas de tus lomas,
con las caricias de tus vientos.

¡Oh Sierra Nevada!
Eterna, firme y con templanza,
abarcando majestuosa toda la comarca,
en una esquina el Veleta,
en la opuesta la Alcazaba.

Y sobre mirando soberbio por encima del resto don Mulhacén,
señor de las alturas de la tierra de Iberias,
que nos acecha noche y día sin infamias,
desde el punto más lejano de los suelos de la antigua Hispania.

¡Mi estimada Sierra Nevada!
Imponente te continúo viendo,
desde el Poniente Granadino,
dibujando orgullosa y bien erguida,
tu ciclópea silueta con aires de fantasía,
cada vez que regreso de Huétor Tájar a Villanueva Mesía.


José Ángel Castro Nogales
Villanueva Mesía, Granada
04/02/2020