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sábado, 11 de enero de 2020

¡Ay pena!


La pena sin pena, no es pena.
Pena qué me invades,
pena qué me avasallas,
¡Ay, penita pena!
Mi pena, no es de nadie.

Pena, qué te cuelas entre mis sábanas,
qué te acurrucas en mi almohada,
arisca del sueño y de la duermevela,
qué me haces vigía,
hasta las luces del alba.

Pena, qué a veces eres lobo con piel de cordero,
pues pareces comprensible y tierna,
esperando oportuna para surgir de la nada,
y dar preciso estacazo en mitad del alma.

¡Ay penita pena!
Qué eres mero desengaño,
cómo ese amor no correspondido,
cómo ese amor falso,
pena, eres puro desencanto.

Pena, que eres cómo el ave Fenix,
escondida en las profundidades del cuerpo,
olvidada tras los años,
para reaparecer in situ, veloz, cómo la zancada de un galgo.

¡Pena, pena!
Qué me apabullas,
qué me desorientas,
cómo un barco a la deriva,
cómo un albatros sin alas.

Leal y firme eres en tu reino, pena mía,
difícil de desterrarte,
imposible dominarte,
cuán desearía que fueras un chaquetón,
para en cualquier momento poder colgarte.

¡Pena, penita!
Qué te presentas sin llamarte,
con los bolsillos llenos de recuerdos,
con la mochila repleta de pesares,
harto complicado tirar de todo ese lastre.

Pena, qué eres cómo una caja de sorpresas,
rompiendo lazos de sangre,
desgarrando canales de amistad,
haciéndote eco de tu retorno,
sin saber quién fue antes.

La pena sin pena, no es pena.
Pena qué me invades,
pena qué me avasallas,
¡Ay, penita pena!
Mi pena no es de nadie.

José Ángel Castro Nogales
11/01/2020